Buen día

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domingo, diciembre 09, 2012

AGAETE DE PASAJEROS Y FALÚAS

PASAJEROS Y FALÚAS



Puerto de las Nieves, cuna de armadores y barqueros


Por Francisco Suárez M.
Entre finales del siglo XIX y principios del XX, Agaete fue uno de los pueblos más prósperos de la isla, a su actividad agrícola (primero cochinilla y luego cañadulce, plátanos, tomates) se unió la pesquera, la industrial e incluso la turística, promocionada entre ingleses con el reclamo del balneario y hotel Salud de Los Berrazales. Antes de la Primera Guerra Mundial ya contaba con telégrafo, centro social y recreativo, una docena de tiendas, un médico y botica, nueve modistas y un sastre, relojería y seis zapaterías, una de las cuales se transformó en la fábrica de calzados Armas Nuez. Además, había generado un foco cultural de literatos canarios atraídos por el médico titular, el poeta modernista Tomás Morales, con una tertulia en la que participaban, entre otros, Alonso Quesada, Saulo Torón y Domingo Doreste.



La historia de Agaete no se entiende sin el mar. Su Puerto de las Nieves, con el desarrollo de las exportaciones de plátanos y tomates y la llegada, a principios del siglo XX, de la carretera del Norte, se convierte en punto de enlace de la comarca con los pueblos incomunidados del suroeste. Disponía de naves de empaquetado de la fruta y un muelle construido en 1878 según los planos del ingeniero León y Castillo, ejecutado por el empresario local Antonio de Armas. También se desarrolló aún más su actividad de pesca de bajura, pues contaba con una nutrida presencia de familias de pescadores, que llevaron su sangre y tradición marinera a La Isleta, Melenara, Arguineguín o La Aldea.



Aquella tradición marinera se reactivó con la iniciativa de su burguesía, enriquecida con la exportación de cochinilla y plátanos y con el comercio, que desde el último cuarto del siglo XIX venía invirtiendo capitales en la navegación de cabotaje. Entre las pequeñas navieras locales de esta época destaca la de los Trujillo, que fundaron la más conocida. Sus padres y abuelos habían sido propietarios de célebres veleros como San Antonio, Bella Lucía, María de las Nieves, Águila de Oro, etc. La última generación de estos armadores se hizo con una flotilla de vapores que, sobre todo en la década de 1930, cubría gran parte del servicio del cabotaje insular para el traslado de la fruta de exportación al puerto de La Luz, además de otras líneas interinsulares y de la costa africana en los puertos de Villa Cisneros, Dakar y otros del África Occidental. La componían los vapores Esperanto, Consuelo de Huidobre, Alejandro y el célebre San Carlos, hundido por un submarino alemán.



Pasajeros en falúas

Entre 1920 y 1940, aproximadamente, el Puerto de Las Nieves se configuró como punto de enlace de una ruta de pasajeros que venían desde La Aldea, Tasarte y Veneguera. Este servicio se cubría con unas pequeñas embarcaciones de unos 12 a 14 metros de eslora, impulsadas por hélices con motores diesel y con una capacidad de 50 pasajeros, cuyos horarios de llegada y salida coincidían con los de los coches de horas y algunas guaguas particulares. Un pasaje en estas falúas para el trayecto de La Aldea-Agaete, en 1936, alcanzaba las cinco pesetas, cantidad ligeramente superior al jornal de un obrero y más caro que el de los vapores de los Trujillo y los de la Trasmediterránea.



El servicio de las falúas de pasajeros era diario y tanto partía del Puerto de las Nieves como desde Mogán. No ofrecían seguridad a los pasajeros ante los mares abiertos de su ruta, ocurriendo además que con frecuencia iban sobrecargadas, razón por la que intervinieron en varias ocasiones las autoridades de Marina, con las consiguientes protestas colectivas de los vecinos, canalizadas a través de las autoridades locales.



En el Puerto de las Nieves se desarrolló también una pequeña industria artesanal de carpintería de ribera. Estas construcciones llevan el diseño tradicional de la comarca, caracterizada por una quilla muy pronunciada para la estabilidad en los mares agitados del norte. Igualmente, se reactivó la pesca de bajura. El pescado se comercializaba en el pueblo de Agaete y cuando, después de 1920, se desarrolla el tráfico por carretera con camionetas, los pescadores de Las Nieves ampliaron su oferta hacia las ciudades de Guía y Gáldar, como también lo hacían desde tiempos atrás por caminos de herradura, en los campos del valle de Agaete, El Hornillo, Fagajesto, Artenara, etc., en unos caso con el pescado fresco y en otros seco o tostado con gofio, protagonizando las mujeres de los barqueros un destacado papel en su venta.





Hija de un trabajador del empaquetado



LUISA, TORRENTE DE VIVENCIAS

Los recuerdos de infancia de Luisa Santana Delgado, hija de Santiago Romero y por tanto ella también Luisa Romera, son dos habitaciones y un zaguán en la céntrica calle Princesa Guayarmina de Gáldar. “Un cuarto para comer y un cuarto para mi madre, mi padre y los dos pequeños acostarnos”, relata.

GÁLDAR


Por Yuri Millares


El padre de Luisa (Santiago Santana Flores) trabajaba para la casa Fyffe, “la de los ingleses”, cuando estalló la guerra civil y se quedó sin trabajo, después puso una latonería (“mi padre era un manitas, hacía quinqueles; jarras para beber, que yo no sé dónde conseguía las latas de leche condensada; arreglaba cocinillas; hacía zapatillas de esparto”). Que, por cierto, recuerda ella cuando se incendió el almacén Fyffe de Gáldar, años después. “Yo estaba en casa de mi madre, ya casada con mis hijos, cuando subo a la azotea: ‘¡Ay, papá, fuego! ¡Fuego pegado en el pueblo!’ Estallaban los bidones de gasolina o de gasoil, ¡bumba!, se veía todo aquel fuego saliendo. El almacén ya no sirvió para nada”.

Le seguían diciendo “la casa Fyffe” aunque la había cogido después “don Nicolás [Rodríguez] el Repartidor” (y después quedó cerrado), que se sumaba a los almacenes de empaquetado que tenían “míster Harry, don Francisco Romero y otros almacenes pequeñitos”. Las mujeres de Guía, de La Atalaya, de la propia Gáldar se concentraban en los almacenes de tomate de Gáldar, donde único había en la comarca (en otras localidades había, pero de plátano). Precisamente con Francisco Romero Rodríguez empezó a trabajar Santiago Romero en 1943 (que tiene el sobrenombre de muchas generaciones a atrás y nada tiene que ver el haber trabajado para este “amo”, como se decía entonces). Fue a las fincas “a levantar unos murillos allá abajo” y al poco lo pusieron al volante de la camionetilla pequeña del almacén, una GMC americana con matrícula GC-3517, pese a que no tenía carnet de conducir (después ya se lo sacó: “Él se ponía tendido en la cama con el libro y nosotros diciéndole los colores, porque tenía que saberse en ese tiempo hasta los colores”). Y se retiró allí al cabo de muchos años siendo el hombre de confianza del patrón.
“Mi madre plantó tomateros y yo me echaba con 15 años una caja de tomates en la cabeza y la llevaba al almacén por aquellas veredillas subiendo. No tengo la columna fastidiada porque Dios no lo quiso”, dice Luisa y sin embargo, recuerda que su padre nunca la dejó entrar a trabajar al almacén de empaquetado con las otras muchachas. “Pasamos un montón [de necesidad], pero mi padre nunca quiso que fuéramos a trabajar, porque dice que él sabía lo que era un mayordomo* detrás de las mujeres trabaje-trabaje-trabaje”.
Una ‘jalada’

En el almacén de los Romero se empaquetaba de todo: plátanos, tomates y pepinos. “Y se hacían seretos en el tiempo muerto para después, cuando venía el tiempo del empaquetado, tener sus tongas* de seretos allí preparadas. Trabajaban de día y de noche. Los tomates se clasificaban, se ponía la vitola, primera clase y segunda clase y embarcaban para Inglaterra, para España. Y los empaquetaban con su papelito fino, cada tomate en su papelito, en unos seretitos que no se me olvida a mí nunca porque mi madre en el 44 me dio una jalada* con una tirilla de esas de cereto... A ver qué culpa tenía yo de que mi madre tuviera los dolores de parto de mi hermano”.

Luisa sigue hablando de su padre y los tiempos que vivieron de mucho trabajo y poca ganancia para el trabajador, como un torrente repleto de imágenes, rostros, escenas, vivencias. “Mi padre era un bebedor, pero trabajador. Como decía él: ‘El hombre que coge una chispa* el domingo, el lunes tiene que estar al pien del cañón en su trabajo. Esa persona no es un hombre si se lleva por la resaca. Hay que estar en el trabajo, resacado o no resacado y nunca he podido, con todo lo que he bebido, tomarme una copa en ayunas’. Que mi madre le decía: ‘Ya pasaste por la pila de agua bendita’, cuando venía con algunas copillas”.

Para que no se pelearan entre los hermanos, Luisa recuerda que su madre “nos ponía a comer con mi padre porque ‘a ella le diste más’, ‘a mí me diste menos’. Y mi madre comía con la madre y con la tía. Pero cuando no tenía sino para mi padre sólo, le ponía a mi padre sólo. Y decía él: ‘¿Y por qué los niños hoy no comen conmigo?’. ‘Oh, Santiago, porque tú tienes prisa y yo no he terminado de preparar la de ellos’. Porque mi padre no se comía nada sin nosotros. Si mi padre tenía un pedacito de queso o de pescado, lo desmenuzaba y le ponía un tomatillo, una cebolla y lo revolvía allí. No daba para todos, comíamos cuatro en un plato. El potaje, el más que arrejundiaba* era el más que comía”.

La leche para el perro

“Un día mi padre llegó y se encontró a mi madre llorando. ‘¿Qué te pasa?’. Dice: ‘¡Ay, Santiago! ¿Qué le doy de comer a estos niños?’. Dice él: ‘Espera que voy a Lolita Dieppa a ver’ [tenía un puesto de verduras]. ‘Lolita, ¿no tiene nada?’. Dice: ‘¡Ay, Santiago! Naíta. Lo único que hay son los pezones –le decía pezones a lo que le quitaba de la batata, que lo echaba ella porque tenía un cochino– y una cartilla de pescado salado’. Una cartilla le decía porque la cartilla [escolar, para aprender a leer y escribir] era finita. Pues cogió mi padre todos aquellos pezones de batata y el pescado y se lo llevó a mi madre: ‘mira, lo arreglas y das de comer a los niños y nosotros si no comemos hoy, comemos mañana’. Eso me acuerdo como si fuera ahora”.

Un día le dijo al padre el encargado del almacén donde trabajaba: “Santiago, ¿te llevas un perro del amo para tu casa? Como tienes niños, se criará cariñoso”. La respuesta de Santiago fue: “Juan, tú estás loco. ¡No tenemos para comer y voy a mantener un perro!”. Juan: “No, no te preocupes. Te llevas la leche todos los días de la finca”. Santiago: “Con esa condición sí”, que, dice la hija, “no tenía un pelo de tonto y pensó: ‘Perro con leche, desayuno garantizado para mis hijos’. Y todos los días traía mi padre la leche para el perro, pero le daba el enjuague de los platos y las espinas de las fulas. De esta manera el perro se crió y nosotros también pudimos desayunar todos los días. ¡Oye, con las porquerías que comía el perro, lo lindo que se crió!”


Luisa ‘Romera’ Santana, con la vista de las plataneras de la costa de Gáldar desde su casa en el barrio La Montaña../ foto Y. M.
Leche con bicarbonato para que no se corte

Los trabajadores del almacén de empaquetado iban a comer a su casa si vivían cerca, pero los que estaban lejos se llevaban la comida. “Incluso mi padre llegó a llevarse la comida trabajando en los pepinos, cuando por ejemplo tenía que cargar la camioneta y le cogía la hora del almuerzo”, dice Luisa. Un día, cuando su padre aún tenía unos cachillos de tierra y unas cabras que ordeñaba, ocurrió que “mi madre fue a guisar la leche y se le cortó. Y fue mi madre hasta el Sobradillo para que mi padre no se comiera la leche. Digo: ‘Mira si quería mi madre a mi padre’. Pues, ‘¡ay Santiago, no te comas la leche que se me cortó!’. No sabía por qué la leche se cortaba y la leche se cortaba porque las cabras tenían mucha ración. Mi padre las tenía que daba gusto. Y después le dijeron que le pusiera un poco de bicarbonato y ya la leche no se le cortó más. No era que la cabra estaba mala, sino que se cortaba por la fortaleza que tenía”.

HABLAR CANARIO
VOCABULARIO
arrejundir. “Cundir, trabajar de prisa” (cita el Tesoro lexicográfico del español de Canarias a Miguel Santiago en “Vocabulario empleado por Pancho Guerra en…” y siguen tres obras del personaje Pepe Monagas).

chispa. Borrachera. Palabra recogida en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (DRAE).

jalada. “El canario aspira la h, lo mismo que el andaluz. De modo que aquí ‘halar’ es decir jalar, pero jalada no es la acción de ‘halar’, sino una paliza o estupidura dada con todas las reglas del arte” (Agustín Millares Cubas en Cómo hablan los canarios).

mayordomo. Aquí, el “encargado” o capataz del almacén de empaquetado. “Jefe de operarios’ (…). En Méjico y Cuba ‘empleado que en las haciendas sigue en categoría al administrador o jefe” (cita el Tesoro…a Manuel Alvar en El español hablado en Tenerife).

tonga. Una pila o montón de algo. “Montón grande de cosas (…). El Diccionario [DRAE] lo registra como cubanismo” (Pancho Guerra en Léxico de Gran Canaria).









domingo, diciembre 02, 2012